Seleccionar página

En tiempos de guerra en Ukrania, rescatamos un relato de refugios antiaéreos. La historia no cambia y repite sus horrores. Almería fue la última ciudad en caer en manos de los franquistas rebeldes. Resistiremos era la consigna. Los almerienses soportaron los ataques y los bombardeos indiscriminados con bravura (¿o temeridad?). Así, hasta el día 31 de marzo de 1939. Sí, la vigilia del 1º de abril, del denominado Día de la Victoria. Almería resistió hasta su último suspiro de esperanza. Sufrió el acecho durante 3 años que iban a culminar con la barbarie encarnada por las fuerzas regulares moras y unos legionarios ebrios de venganza. Durante 3 años, la aviación franquista, con la imprescindible colaboración nazi, estuvo vomitando toneladas de fuego y muerte en forma de bombas, destinadas a masacrar a una indefensa población civil, formada por mujeres, viejos y niños porque en Almería ya no quedaban hombres: estaban batiéndose en el frente.

Ochenta años después, tiemblan las piernas cuando te adentras en aquel refugio que fue un infierno. Las escaleras del antiáreo son como el pasillo del miedo. En plena Plaza Purchena, el centro vital de la ciudad, se vive ajeno a ese laberinto de túneles y callejones concebidos para protegerse del terror. Da pánico adentrase por esas galerias mal iluminadas, donde el olor rancio de la humedad impregna el aire. Compartir el miedo revoloteando sobre las cabezas de mujeres y niños hacinados formando la piña del miedo. Miserable sufrimiento. La vida de aquellos inocentes, en Almería y en Kiev, cuya esperanza está sujeta a la lotería de la bomba caprichosa que caía unos metros más allá. La heroica población civil de Almería resistió así hasta 52 ataques de bombardeos de aviones y de buques de guerra que escupían fuego desde el horizonte mediterráneo. Cuarenta mil personas se amontonaban en el zaguán de la muerte, indefensos y con la fe de que ninguna de esos criminales proyectiles usara sus cabezas como diana.

Con buen criterio esos túneles del miedo se han abierto al público. Para que se conozca la cara y la incertidumbre del terror. Refugios donde se vivía con miedo y esperanza. Se ha recreado la mínima sala de juegos infantiles. El quirófano para las urgencias que no exigían evacuación. Luces parpadeantes. Camillas acostadas en las esquinas. En las paredes de cemento se pueden leer aún los mensajes y las fatídicas fechas de los días de lluvia de fuego. La lista es larga Kiev, Sarajevo, Guernica, Almería, Barcelona, Lleida, Madrid, Málaga. Pasan los años y no se borra el sabor a pólvora. (www.serculoinquieto.com)