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La Puglia (en español Apulia) es muy fácil de localizar: la región italiana que corresponde al tacón de la bota. Se trata de un territorio amable que las ha visto de todos los colores. La Historia nos descubre una larga cola de invasores, obsesionados en dominarla. Pueblos con aviesas intenciones, por allí han ido desfilando griegos, cartagineses, romanos, catalano-aragoneses, turcos, austríacos, borbones, nazis…O sea todo lo que se mueve, y seguro que olvido alguno. El invasor ocupó sus tierras y levantó tapias de piedra seca pero no sometió a sus gentes confiadas. Y así pasaron los siglos.

La paleta de colores que domina la postal de la región es una gran superficie de color verde que dan las hectáreas de olivos milenarios, salpicadas por bancales de una tierra de ocre insultante por chillón. Y pueblos blancos que surgen en el horizonte, sobre el fondo de un mar Adriático que se tiñe de blu a golpe de canción. Es una postal armoniosa, rica en pantones suaves, salpicada de de sinuosas colinas, lo que los ciclistas conocen como carreteras “rompepiernas”. Los olivos se imponen como en los versos del poeta Miguel Hernández: “Unidos al agua pura/ y a los planetas unidos,/ los tres dieron la hermosura/ de los troncos retorcidos”.Resulta asombroso el paralelismo entre algunas postales. La italiana Puglia y lel califato de El Andalus.. Acercarse a Ostuni, elevada majestuosamente sobre un montículo, es tal cual si estuviéramos atravesando la Ruta de los Pueblos Blancos de Cádiz: Arcos de la Frontera, Grazalema, Véjer, manchas del polvo doméstico Blanco- España, sobre un fondo semi pardo y verde… Comparten el plateado de sus olivares y encinares, el encalado cegador e higiénico de sus casas blancas recién enjalbegadas, sus fortalezas e iglesias de piedra caliza, y con una costa agreste, de acantilados perforados por cuevas marinas de aguas turquesas donde las sirenas sedujeron a marinos errantes.

Ostuni es una pequeña joya, un ejemplo de cómo la mano de obra del hombre se supera en la orfebrería urbana. Callejones estrechos que forman una tupida maraña que lleva pareja un permanente y cansino sube y baja. Casas insultantemente limpias. Escalones para aliviar la empinada cuesta. Fachadas níveas, salpicadas de macetas de geranios reventones que manos dulces riegan cada mañana. Un pueblo limpio, tranquilo e hipnoticamente hermoso. El recinto amurallado que lo circunda recuerda el ascenso, paso a paso, al “Dalt Vila” de Ibiza. Ya coronado, hay que fijar la vista sobre el fondo de luz y azul intenso que forja la mar. Peñíscola o Cadaqués son pueblos primo hermanos, familiares cercanos del mar común. Compartimos el gen “M”, de Meditarráneo.Brillan los colores de la bandera tricolor italiana proyectados en la fachada del Ayuntamiento. Los carabineri montan guardia en la Piazza della Libertà. Culto al obispo patrón, San Oronzo, obispo y martir nacido en el cercano Lecce. Entre una jungla de restaurantes y tiendas de souvenirs, emerge la figura de Giovanni, un campesino de 78 años, que pone a la venta el pomodoro Regina, una variedad local de tomate cuyo nombre se inspira en la forma del podúnculo verde que asemeja a una corona regia. Los tomates son pequeños y redondos, de piel gruesa, debido al agua salobre con la que se riegan los huertos cercanos al mar. De ahí saldrá una apetitosa e irrepetible salsa de pomodoro que casará con una buena pasta.. Al lado, se ofrecen las Orechiette, una variante local de pasta de sémola de trigo que toma su nombre de su semejanza a unas minúsculas orejas. Los olivos etruscos de troncos retorcidos siguen en su misión de centinela. La aurora y su luz proyectada sobre el Adriático seduce al más escéptico urbanita. Pellizcarse es necesario. No vives un sueño. (www.serculoinquieto.com)