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Pisar la mullida moqueta del Hotel Raffles de Singapur es rememorar el pasado colonial británico. Lujo, asiático claro, en su esplendor casi insultante. Un esbelto portero, de origen sihk, con turbante, recortada barba, uniforme blanco con galones, cordones y botones dorados, rinde cortesía al huésped. En el aire se respira un aire victoriano y cansino, donde remolonean los espias y los contrabandistas, relucen los bronces y los materiales nobles en este Raffles, hotel estandarte del turismo de lujo, con decenas de baúles y equipajes alineados por doncellas sumisas y de pocas palabras. 

Hoy es posible dormir en suites dedicadas a sus ilustres huéspedes: bellezas de las que quitan el hipo como Elizabeth Taylor y Ava Garner, o astros del cine como Charlie Chaplin, del rock como David Bowie y Michael Jackson o de las Letras como Somerset Maugham, Rudyard Kipling o Joseph Conrad. Y, claro, el omnipresente Ernest Hemingway, habitual en cerrar la barra del Long Bar, después de haber dado cuenta de no se sabe cuántos tragos. En este santuario del lujo es preceptivo beber su universal Singapore Sling, un combinado que han convertido en bebida nacional. El modo de elaborar este genuino cóctel es un alto secreto de estado. Nadie suelta prenda. Pero los ingredientes básicos de la combinación son: ginebra, licor de cereza, Cointreau, licor Bénédictine, zumo de piña y de lima, granadina y pizca de amargo de Angostura. Se sirve con una rodaja de piña y una guinda. Dicen los entendidos en mixología que no sabe igual un Singapore Sling en la barra del Long Bar que en una coctelería de Reus, Paris o Londres.

Este culoinquieto no se divirtió en esta ciudad-estado que figura en el puesto 17 de las economías mundiales y es más pequeña que Cataluña. Singapur es un pais bipolar. Fuertes sanciones para multar a los incívicos. Está prohibido vender, mascar o tirar un chicle al suelo, no se puede fumar en espacios públicos, ni darse en público un piquito a lo Rubiales, cruzar la calle fuera del paso cebra, la música callejera, dar de comer a las palomas, pintar grafiti, tirar petardos o escupir en la vía pública. Las multas son millonarias. En el 68 se cantaba “Prohibido prohibir”. Y en eso nos hemos quedado. PEDRO PALACIOS (serculoinquieto.com).