Anochece en la avenida de los baobabs en Morondava (Madagascar) . El culoinquieto marcha por un camino de 20 kilómetros de tierra rojiza, flanqueado por esos gigantescos cíclopes, centinelas permanentes de la sabana malgache. El sol se apaga sobre los baobabs y enciende las antorchas africanas. Semi-luz, penumbra. Se impone el silencio solo interrumpido por los zumbidos de tábanos gigantes, ávidos de picar a quien pillara. La paciencia fotográfica de María Rosa Batista se ha visto recompensada con esta inmejorable postal que ilustra el texto: el sol africano escondiéndose en la meseta malgache, escoltada con guardia de honor de baobabs.
El baobab es la marca de Madagascar. Es un árbol, gigantesco y apabullante, milenario y mágico, que cuenta con su propia leyenda africana. Según revela esta creencia, el baobab fue el primer árbol nacido durante el proceso de la Creación (fuera quien fuera el autor, yo añado), y antes de que otros vegetales se abrieran a la vida. Pero el joven baobab, quejica y envidioso, reivindicó ante el Creador sus aspiraciones: gustaría de tener los frutos carnosos de la higuera, disponer de la esbeltez de la palmera y lucir el colorido de las flores del flamboyán. Un mix seductor a los sentidos: sabor y vista. Y ese brote de vanidad ofendió tanto al autor de aquel retablo maravilloso que decidió amonestar al injusto reclamante. Así que aplicó un castigo tan ejemplarizante como cruel: lo arrancaría de las entrañas de la madre-tierra y lo plantaría, de nuevo, pero esta vez cabeza abajo. Sacrificado. Así, las ramas del árbol quedarían enterradas y el amasijo de raíces, cuál traviesa cabellera, crecerían mirando las estrellas y el cielo azul. Se redefinió su original figura. Para los malgaches, el baobab es “la madre de todos los árboles”, otros lo conocen como “el árbol botella” o el “árbol mono” y fueron los musulmanes quienes le dieron el nombre con el que le conocemos: “buhibab”, que quiere decir padre de muchas semillas. Tiene una vida larga y fecunda de más de 800 años. Es un árbol mítico. El “Principito” nos explicó que todos llevamos algún baobab en el corazón.
PEDRO PALACIOS (serculoinquieto.com)