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El zoco, el mercado, es el origen de las grandes superficies comerciales. Eso sí, en plan primitivo, muy étnico como diría una “influencer” arrugando los morritos. El culoinquieto no se pierde uno. Las gentes del Norte de África conciben el zoco como el centro de la medina, la zona cero. Es el lugar natural de encuentro donde exhiben, ofrecen, compran, regatean, cambian y teatralizan la vida. Puro show con reclamos en lenguas extranjeras y a grito pelado. Allí se localiza hasta lo inimaginable: frutas, verduras, animales vivos, cacharrería varias, herramientas, herboristería con remedios mágicos, porcelanas, tajines de barro, plásticos, telas coloristas, quincalla, ropas de cama, “raybans falsas”, cedés piratas, lencería fina femenina y sexy, camisas chinas con 80% de acrílico o telas de algodón puro egipcio. Cualquier cosa: Todo se compra. Todo se vende. Y si no se encuentra lo deseado, siempre surgirá un alma generosa que se ofrece a buscarlo en otro tenderete. El objetivo es agradar al visitante y desplumarlo hasta el último euro tras regatear varias horas.

El tic-tac del zoco no se detiene nunca. Es el pulso de la ciudad que nunca falla. Despunta el sol. Madrugador y puntual llega desde el minarete la primera llamada a la plegaria. El salat. El zoco va oliendo por etapas, a bocanadas, según el itinerario marcado. La zona del almizcle inunda todo de un aroma dulzón, limpio, neutro. Sus pastillas blanquecinas las usaban las abuelas para que las ropas almacenadas en las viejas cómodas adquirieran esa fragancia. Los sacos alineados con las especias coloreadas que dan el toque mágico de un guiso o las que ofrecen secretos para gozar de una salud de hierro o ungüentos mágicos para la cosmética del milagro. La atmósfera sazonada de esta zona se transforma densa, casi irrespirable. Las rosas mosqueta y sus aceites de embrujo. Los tés e infusiones de cualquier sabor. La sección de souvenirs con sus dagas, azulejos arabescos y la serie de amuletos imaginables: de las manos de Fátima a los ojos turcos de azul mediterráneo. Las piedras con propiedades sobrenaturales e infalibles.

En el zoco se captan imágenes de fuerte contraste, buscando lo insólito o lo diferente. Colisión pacífica de creencias, de gustos y confesiones. Es muy sugerente observar cómo conviven la tradición cultural y la “modernidad”. La mujer nativa del pudoroso hiyab que cubre su cabeza y pecho pero no esconde su envidia al mirar de refilón los modernos modelitos, ceñidos a las insinuantes redondeces del maniquí occidental de fina silicona. Y todo va ocurriendo ante la pasividad de los niños ya hechos a la playstation, ajenos a casi todo. O a los viejos que chupan su cachimba,  también shishas o narguiles. La vida sigue a golpe de indiferencia. El sopor lo amansa todo.

PEDRO PALACIOS (serculoinquieto.com)