Seleccionar página

La llameremos Carmiña (nombre supuesto). Pasó la frontera de los 45 años. Cuando el sol clarea en O Grove, Carmiña llega con su hermana y una sobrina. Su madre siempre marisqueó. Con optimismo, van a escarbar esos fondos donde se amagan almejas y berberechos. Pronto será una legión de mujeres, armadas con azadones y rastrillos, que hunden sus pies en la arena que la baja mar ha dejado al descubierto. Es la magia de la ría.El ejército de mariscadoras gallegas, que dejaron de ser furtivas,y que hoy son trabajadoras autonómas, contando con licencia para marisquear. Todo es legal, pasó el tiempo del pirateo. Entre sombras se adivinan sus perfiles sobre las arenas negruzcas, deslizándos por el tapiz formado por mantos de algas verdes y amarillas y la infinidad de conchas vacías de berberechos y almejas que crujen bajo nuestras pisadas. Humedad y frío son los compañeros de la madrugada. La artrosis, el pan de cada día.

Durante toda la mañana, clavarán los pies en las arenas inconsistentes. Hay que olvidarse del dolor de los riñones, clavados por agujas invisibles durante tantas horas de permanecer semi agachadas, rastrillando y filtrando las arenas que la bajamar ha desvelado. Los ojos no tienen ni tiempo para pestañear. Clavados y siempre fijos en el botín que asoma entre la arenisca. La almeja o el berberecho vivo es apartado en un cubo que al cabo de unas horas se llenará con la cosecha del día. Serán 6/8 kilos de marisco que se depositan, en el cubo. Si las piezas capturadas superan el filtro del tamaño legal, irán a la lonja y a la subasta para determinar el precio. A esta páctica, los economistas le llaman la ley de la oferta y la demanda.

Reina el orden entre las mariscadoras. Ni un grito ni discusión. Incluso llegan a relevarse en tareas de vigilancia para desenmascarar a alguna desalmada que aún se atreve a pescar fuera de norma. La tarea está legislada y reglamentada, se pagan los impuestos correspondientes y se persigue al infractor. Las mariscadoras a pie recogen principalmente berberechos, almejas, navajas y longueirons que acabarán en las mesas de un restaurante de O Grove o de Sanxenxo. También realizan otras funciones importantes: siembran y trasladan pequeñas piezas a espacios para su crecimiento.

Carmiña se siente feliz. Mariscar significa mucho para ella: es su trabajo, es la tradición de su gente y es el amor a su mar. Nunca se le ha oido quejarse. Sólo lloró cuando el chapapote lo cubrió todo de muerte y negrura. (www.serculoinquieto.com)