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Se llama Julia y pasó la frontera de los 40 años, eso sí, bastante mal llevados. Se gana la vida elaborando cigarrillos en un humilde puesto en el mercado de Belén, en Iquitos, rodeada de cabezas de cerdo, tortugas despanzurradas y frutas de mil y un colores. La ciudad más poblada de la Amazonia peruana, con casi un millón de personas, nos ofrece un espectáculo vivo e inabarcable donde destacan los 40.000 motocarros que son la base del transporte urbano. Julia tiene una habilidad estratosférica para seleccionar las mejores hebras de tabaco, amasarlas con dulzura hasta dominarlas y encorsetarlas en un papel blanco. Les dará forma cilíndrica y de esas manos agrestes nace, en pocos segundos, un rústico cigarrillo de tabaco negro como el chocolate, que una vez que se enciende, despide un humo denso que se clava como agujas en los pulmones del desdichado fumador.

Nuestra cigarrera amazónica no fuma. Sabe dónde está el pecado. Y bien hecho porque sus cigarrillos son pasaporte para el sofoco. Cada día elabora y vende unos 2000 cigarrillos, que ofrece ordenados en un rollo consistente y ya dispuesto para el consumo. Pura artesanía. Se trata de hojas de tabaco cultivado en las orillas de Amazonas, río que preside todo lo que se mueve en Iquitos. En esta parada y fonda del famoso río es digno de visitar el edificio de hierro, diseñado por el ingeniero francés Gustav Eiffel (sí, sí, el de la famosa torre parisina), construido en Francia y transportado a la Amazonia. Y el café Fitzcarraldo, lugar donde el malvado Klaus Kinski rodó en 1982 la película épica amazónica del mismo nombre. Pero de esta aventura hablaremos en otra ocasión. (www.serculoinquieto.com