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Es la tierra donde te hacen un traje en un santiamén (8 horas). Hoi An está en el corazón de Vietnam, es una ciudad pequeña y monumental, declarada Patrimonio de la Humanidad. Hasta allí se fue el culoinquieto para turistear y cumplir con la tradición: confeccionarse un traje negro, de ceremonia, que estrenaría el día de la boda de su hija.

En Hoi An destacan los viejos caserones de tiempos pasados que conservan la nobleza de su madera de calidad, edificios que albergan secretos de amores traicionados y que conservan la suavidad de la seda que se escapa entre los dedos. En la ciudad del coser y cantar, el vínculo emocional con la gente surge a primera vista. Como el amor que lleva a la boda. Los farolillos de colores, guirnaldas en la noche, iluminan las viejas terrazas de paredes teñidas de color albero, desconchadas y ennegrecidas por la humedad. La bruma emana del río Thu Bon, de día un mercado multicolor y de noche un escenario para el amor. Cena vietnamita en la que no falta el pho, la sopa vegetal originaria para el desayuno y que ahora se toma a cualquier hora. El Banh Xeo, o crêpes heredadas del colonialismo francés en Indochina, rellenas de camarones insípidos. Los inevitables wontons con carne de cerdo muy salseada y que recuerdan a las empanadillas de Encarna. Y arroz, siempre arroz, recién extraído de los bancales inundados donde crecen en espesos ramilletes.

Volvamos a lo del traje. Elija la tela, muy buen algodón y seda de primera calidad Primer consejo: Será de gran ayuda que entregue al diligente sastre/modista una pieza o un traje para que replique exactamente el diseño. Será una guía básica y complementará las medidas precisas que le tomarán con la imprescindible herramienta de la modistilla: el centímetro, enrollado, amarillo y flexible. El ancho de hombros, el largo de la chaqueta, la longitud de las mangas, la anchura del pecho tomando por debajo de las axilas, el ancho de cintura y de la cadera donde el culo es más respingón, el largo de los pantalones y el dobladillo. No hubo la incómoda pregunta – o mi inglés no la supo captar- sobre el lado de carga. Se trató de una ceremonia exacta, rigurosa y necesaria para que el traje caiga como un pincel. Yo elegí un negro.

Apenas habían transcurrido 3 horas, cuando un joven de unos 20 años llamado Dung (nombre que en vietnamita significa “valiente”, (mal cálculo del culoinquieto aunque sabedor que los orientales amagan muy bien su edad) se presentó en el hotel. Hizo la prueba definitiva y en la chaqueta, marcó con su tiza los reajustes necesarios. Muy profesional. A pesar de su inglés primario, volvió en el tiempo convenido con el traje confeccionado, embastes quitados, planchado y envuelto en un porta-trajes. Todo en menos de 8 horas. El milagro de Hoi An.

PEDRO PALACIOS (serculoinquieto.com)