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Es el agujero del mundo. Un infierno: el Death Valley. Se encuentra entre los estados de California y Nevada. Son cientos y cientos de kilómetros de roca, arena y sol. Mucho sol. Los guías no se cansan de recomendar crema solar intensidad 40, gorro, gafas y mucha, mucha agua. Estás en el Infierno del Valle de la Muerte. Forma parte del desierto de Mojave y Colorado, un valle inhóspito y cruel, rematado por lejanas montañas siempre blanqueadas de nieve. Un contraste casi sádico. Con temperaturas diurnas de 50 grados que descenderán por la noche a 0 grados. En la lejania intuyes cómo crecen bosques de pinos en el Monte Whitney con 4.000 metros en la cumbre. E imaginas cómo la vida surge alrededor de manantiales repentinos. Y un dato curioso, los pies pueden llevarte hasta el fondo de la depresión y allí te encuentras en Badwater, que con 86 m por debajo del nivel del mar es el punto más bajo en América del Norte. En la llanura del Death Valley, te adentras en un infierno de 7.800 kilometros cuadrados, superficie como toda la provincia de Barcelona, y 25 veces la extensión del desierto de Tabernas, escenario de tantos “spaghetti film” con el sello de Almería.

Fue bautizado con este truculento nombre a raíz de la “fiebre del oro”, desarrollada entre 1849 y 1855. Todo empezó cuando se descubrió oro en Sutter’s Mill, cerca del pueblo de Coloma. Los primeros buscadores fueron bautizados como “forty-niners” (llegados en 1849 y que con los años han dado nombre al equipo de fútbol americano de San Francisco). Llegaron atraidos por el dorado metal, desde los más recónditos y alejados rincones del mundo. Se calcula que fueron 300.000 intrépidos aventureros los que atrajo el sueño americano con un único objetivo: ser inmensamente ricos.

Crecen bosques de pinos en lo alto de altas y lejanas montañas y surge la vida abarrotada alrededor de manantiales aislados. La luz madrugadora nos descubrirá laderas ocres, un fondo del valle amarronado con tintas de albero polvoriento. Todo se desvanece con la luz cenital del mediodía. Cruel sol sin piedad, del que no perdona. Lo más sensato es buscar la sombra de un risco puntiagudo que ofrezca cobijo y protección.

La fiebre del oro atrajo y atrapó a miles de infelices. Los escorpiones, zorros, y otras alimañas se cebaron sobre los conquistadores de la nada. Ni una mala tumba para que la madre tierra acogiera para quienes el sueño se convirtió en tormento y pesadilla. Fueron alimento de buitres, coyotes y hienas. Una lección más de la vida: los depredadores siempre se abalanzan y acaban con los soñadores.

Los recursos naturales dieron una segunda oportunidad al Valle de la Muerte. Ahora se llama borax, es el borato de sodio, usado para la fabricación de desinfectantes y blanqueantes, muy utilizado en la producción de detergentes, suavizantes, jabones, desinfectantes y pesticidas. La luz convierte en blanco las minas de borax del Valle de la Muerte. Como si pretendiera limpiar su pasado negro y oro. PEDRO PALACIOS (serculoinquieto.com