EL 17 DE OCTUBRE 1986 PERDÍ MI FOTO CON GINA LOLLOBRIGIDA
17 de Octubre 1.986. Lausanne, Suiza. 13:40 horas…”A la ville de… Barcelona». Elección de las sedes olímpicas para 1992. Preside el Cardenal Juan Antonio Samaranch. Dura pugna entre Amsterdam, Birmingham, Belgrado, Brisbane, Paris y Barcelona, El gran hall del Palais de Beaulieu era un hervidero de celebritis, políticos y periodistas. ¡¡Vaya tropa!!. Emoción y nervios. Destacaba la sonrisa cómplice y empática del mejor alcalde del mundo, Pasqual Maragall, con sus ojos vivos y achinados que brillaban para seducir y vencer. Allí se arremolinaban la realeza y aristocracia golden (el Prince de Merode, el duque de Luxemburgo, la Princesa Nora de Lihenstein, el Duque de Cádiz y una larga lista del Ghota continental). La pizpireta alcaldesa de Brisbane, un torrente de energía repartía sonrisas australianas en búsqueda de votos. El primer ministro francés y alcalde de Paris Jacques Chirac impresionaba al personal. Aire de mariscal, sonrisa de truhan, más farsante que un vendedor de peines. La grandeur. Algunas señoras de rompe y rasga que lucían con descaro palmito y escote, le miraban embelesadas. El glamour francés. Entre todas ellas destacaba por su luz, su energía inagotable y con una sonrisa como para pedir perdón. Era ella, altiva y próxima. Gina, la Llollo. Soñé que me había mirado.
Bajita (1,65 cm), ahora dirían “poquita cosa”, muñequita de ojazos negros, adornados con gruesas pinceladas de rimel, capa de maquillaje brown, pelo recogido en un coqueto moño. Traje Chanel negro, a topos multicolores y bordes dorados, medias de fina rejilla como la que lucía sobre el trapecio escoltado por Toni Curtis y Burt Lancaster. Con armonía y elegancia. Sobresalía, ella, Gina, la estrella de “Pan, amor y fantasía”; el sueño de nuestras tardes de sesión continua en el Rialto de los años 60. Por ella quisimos ser trapecistas en “Trapecio”, emulando a aquellos locos pájaros voladores. Nos atrajo cuando fue la bella Esmeralda que seducía y amansaba al jorobado de Nôtre-Dame. Cuando rodó en Madrid la película “Salomón y la Reina de Saba” falleció el actor principal Tyrone Power, y los madrileños, muy dados a la coña, decían que “no había muerto de angina de pecho, si no de un pecho de la Gina”. Y otras decenas de películas, rendidas a su belleza serena e inmortal.
En Lausanne pedía el voto para los JJOO de invierno en Cortina d’Ampezzo y se metió a todo el mundo en el bolsillo. A mí el primero. Sonreía, firmaba autógrafos y no le pedían selfis porque eso era demasiado atrevido, una ordinariez y aún no se habían inventado. Chispeante, accesible, muñequita y ansia viva, sus ojos revoloteaban y sus manos dibujaban serpentinas de colores. Paciente y profesional. También con su cámara réflex iba tomando algunas fotografías. Allí estirada en una chaise longue rosé. Mi alma mitómana le pidió una foto a su lado, que lme permitiera rozarla, codo con codo hasta donde me llegara su perfume embriagador. Accedió. Hoy lamento no encontrar en mi revuelto baúl de los recuerdos aquella foto que certifique ese momento mágico e inolvidable de mi proximidad. Mejor aún: conservo de Gina Lollobrigida el recuerdo borroso de una estrella solitaria, tomándose en breves tragos un “Negroni”, en la barra del bar del “Beau Rivage”. Solo los cisnes imperiales que descansan en el cercano lago de Lemán fueron testigos mudos de aquel flechazo inocente. Han pasado 37 años desde que me fotografié con “La mujer más guapa del mundo”. ¡¡Y he perdido la foto!. PEDRO PALACIOS(.serculoinquieto.com)