“Con octubre muere en Vetusta el buen tiempo”. Así arranca el capítulo XVI de la novela “La Regenta” al testimoniar el clima de Oviedo, la imaginaria ciudad de Vetusta, de Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña, más conocido como Leopoldo Alas Clarín. Este zamorano por pila bautismal y ovetense de pluma y alma es el autor de una de las más notables novelas de amor escritas en el siglo XIX. Entre las protagonistas de historias de devaneos y pasiones controladas e incontroladas, figuran los nombres de Ana Ozores, en “La Regenta”, de “Madame Bovary” de Gustave Flaubert y de “Ana Karenina” de León Tolstoi. Tres pilares de la Literatura universal. Traiciones por amor, nunca mueren.
El culoinquieto ha querido acercarse a Oviedo a rendir justo homenaje al ilustre escritor. Por la mañana visita a la escultura que refleja la sutil hermosura de Ana Ozores, la bella esposa del regente. La tarde salió legañosa, típica de octubre. Se va diluyendo el buen tiempo a causa del cambio climático. Destemple en el cuerpo después de la mojadina matinal. Calados hasta los huesos y a la búsqueda y captura de alero o paraguas bajo el que guarecerse. El Campo de San Francisco está reluciente y sus colores son insolentemente brillantes. Una inmensa alfombra de castañas bordes amortigua el taconeo gracioso de la dama solitaria que pasea un perro despistado. Las sombras de abetos y robles lo encierran todo. Se apagaron las magnolias aterciopeladas que no volverán a brotar hasta la primavera. Los magnolios están tristes y sus hojas huérfanas. En una esquina de este mágico Campo de San Francisco, conviven Mafalda y los abanicados pavos reales de carne y hueso. En un espacio noble se alza el monumento erigido en 1931 al legendario escritor, polémico y provocador que tuvo que buscar en Barcelona un impresor que se atreviera a dar a luz su libro inmortal, La Regenta.
La fina lluvia ha impregnado la tarde. La borrasca ya cruzó y Oviedo recupera su cálida hospitalidad. Hasta allí arropamos al amigo, biznieto del ilustre literato. Reencuentro con la familia y la gloria. El amigo Manolo Fonseca posa con el legítimo orgullo familiar de una gloria literaria, protagonismo deportivo y olímpico que avalan descender 54 veces el río Sella a paladas, golpe de a golpe. Arropado por otros amigos que no salen en la foto. Las piedras sillares mojadas por el orballo pertinaz de este monumento nos han empapado con las lágrimas furtivas de las muchas Ana Azores, enamoradizas que aquí lloraron sus romances imposible. Y las vertidas por maridos engañados, como Víctor Quintanar, que llegó con retraso a amarla. O las estériles derramadas por los pretendientes, el canónigo magistral Fermín de Pas, receptor de sus apasionados arrebatos bajo el secreto del confesionario y las de Álvaro Mesía, el pretendiente aristócrata y galán, un macho alfa trasnochado e insolente. Un trío de la baraja marcada con la que jugó la regenta Ana Ozores. Magistral. PEDRO PALACIOS (serculoinqieto.com)