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Es un personaje que atrapa. Tiene los ojos pequeños, luminosos. Será por tanta luz que han captado. Antonio López García es el pintor más importante, vivo, hoy en España. El pintor que sabe reproducir la realidad con el pulso de un cirujano. Y con el talento del genio. Antonio López García, el artista más humilde, el más cercano. “Y el más grande” apostilla Manuel Blesa, pintor aragonés que distribuye arte en Sitges, y que no oculta su admiración por el pintor genial de Tomelloso. “Es el más grande, su arte agota todas las palabras”, recuerda con su poca disimulada devoción por el maestro del hiperrealismo, el estilo que también cultiva Blesa “aunque a su lado, soy como un aprendiz. Es el más grande”.A sus 86 años, Antonio López sigue pintando, porque en sabias palabras: “los cuadros se sabe cuando empiezan pero nunca cuando se acaban”. Y es que es un pintor diesel, meticuloso y perfeccionista. Para el retrato “La familia de Juan Carlos I” , de 10 metros cuadrados de lienzo, empleó 20 años de trabajo. Se siente en plena forma y ha empezado a pintar sus cuadros barceloneses. “Una panorámica desde la puerta del MNAC (Palau Nacional de Montjuic)”. Y el artista nos retrata la majestuosidad de la avenida María Cristina, con las fuentes de colores que nos legó Carles Buigas, las torres venecianas, mudas centinelas de la entrada al recinto ferial. Con la plaza de toros de Las Arenas de fondo y el tupido enjambre de calles y chaflanes del barrio del Eixample, corazón que hace latir Barcelona. La otra postal que nos legará Antonio López rinde homenaje al genio de Antonio Gaudí, el Park Güell, la filigrana del trencadis. Si se cruza con un hombre anciano, de caminar lento, mirada azul y que escruta el horizonte con ojo avizor, sepa que está frente a uno de los genios vivos.La otra tarde, la entidad “Sport Cutura” que agrupa a la sociedad civil barcelonesa le entregó un reconocimiento a su arte. Un premio más. También a Josep Carreras por su trayectoria como tenor. Y Antonio López sorprendió a todos por su forma de vestir, atrevida e inesperada. Chaqueta sobre una camisa color camel, pañuelo al cuello y pantalones ni bermudas ni largos más allá de la rodilla, exhibiendo canilla fina, con calcetines cubre espinilla y zapatos que aún conservan las gotas de pintura del estudio. ¿Atrevimiento? ¿Provocación? ¿Capricho de artista?. No. La explicación que ofreció al público fue tan sencilla como sincera: “Al llegar al hotel, y abrir la maleta me he dado cuenta que me había olvidado los pantalones en Madrid” Así que no hubo más remedio que asistir al encuentro social que entre los cinco dress code del protocolo británico recomendaba el “smart casual”. El público rubricó con aplausos encendidos la sinceridad y la naturalidad del pintor. Y es que los grandes artistas se hacen querer. (www.serculoinquieto.com)