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La mujer birmana es hermosa por exótica. Y misteriosa. Porcelana suave. Ojos en forma de almendra, frente despejada. Pelo muy negro como de mujer latina. Se las percibe en el campo de Bagan, entre las pagodas en ruinas y volviendo a la aldea después de la faena, formando cuadrillas, vestidas con colores vivos, cantando y caminando por la senda marcada por las malas hierbas. Puñal de mango de madera, hoja afilada y empuñadura decorada con toscos bajorrelieves. Mide más de un palmo, no se pliega y se guarda en una vaina de piel, que la campesina esconde en su faja lisa de algodón color carmesí bien enrollada a su cintura. La mujer birmana utiliza con destreza la navaja: monda la fruta madura, descuartiza el pescado al curry de su puchero cocinado con amor, sirve para arrancar las cortezas y con su acerado filo se sanea las uñas. Arma disuasiva y de defensa. La mujer birmana, y los niños, colorean sus mejillas con la thanaka, una crema amarillenta que ellos mismos elaboran tras machacar las cortezas del árbol thanaka. Una pasta densa que sirve como maquillaje vivo, espontáneo y con objetivo terapéutico. Huele a sándalo y les protege de los rayos solares y así pueden conservar su cutis fino de porcelana. Mujeres, niños y ancianos lo usan indistintamente. Colorea de tonos vainillas su fina belleza. (www.serculoinquieto.com)