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La calle Laurel es el latir diario de Logroño. Pum-pum, pum-pum. Todo pasa allí, el día comienza y acaba en esa corta vía. Está a tiro de piedra del Paseo del Espolón, dominado por el general Espartero que sigue impertérrito montado en su caballo legendario por el tamaño de sus famosos atributos colgantes. La calle Laurel no aromatiza como las hojas de la especie que le da nombre. La calle Laurel huele a vino clarete de Rioja, a aromas que se escapan de las barras bien dispuestas, a ajo y perejil que salpimentan la variada oferta de tapas.

La calle Laurel se extiende a la sombra del impresionante Mercado de San Blas donde se pueden encontrar las mejores hortalizas del mundo. Disfruta del record no homologado de ser la calle con más bares por metro cuadrado del mundo, un honor compartido con el Barrio Húmedo de León. La calle Laurel es un gozo para el comer y chatear. Puerta con puerta surgen establecimientos que compiten en ofrecer felicidad al visitante. El culo inquieto ha contado 60 bares, más o menos. En la calle Laurel se habla, se brinda, se canta, se vive. En la calle Laurel no hay discriminación alguna y se confunden razas, origenes, géneros y condición social. Trasiego constante. Es normal toparse con los parroquianos logroñeses que en cuadrilla toman su aperitivo diario. También a los adictos de la gastronomía en miniatura y el pintxo. Los vendedores ambulantes africanos ofreciendo sus baratijas étnicas. Los adolescentes en viaje de fin de curso, la mayoría caminando ya muy perjudicados. Los peregrinos del Camino de Santiago que se topan con la gloria terrenal en su búsqueda de la gloría mística. Los turistas atraidos por las guías gastronómicas. Las despedidas de soltera que riman con hortera. Los curiosos y los veganos aunque sea por aquello de que la excepción confirma la regla.

La oferta de comer es variada aunque domina el champiñon, estrella de la calle. Los populares champis se presentan en todas sus variantes que son muchas. Así se pueden degustar setas a la plancha, o champi a la plancha con gamba. Y en las barras de los bares brillan las carrilleras, el secreto, el jamón ibérico y la cecina leonesa, la morcilla de Burgos y las gambas de Huelva, a añadir la tortilla de bacalao, las patatas bravas, el roto de gulas, el morro de cerdo ibérico, la oreja de cerdo o las patitas de cordero a la vizcaína. Sin olvidarse del tartar de buey, el solomillo al foie, el rabo de toro o el risoto de presa ibérica. Un catálogo de gustos nuestros, auténticos y ancestrales que sirven para resucitar al hambriento y trasladarle al paraíso si se riegan con un buen tinto tempranillo de la Rioja, ya sea joven o crianza. La calle Laurel ha hecho mérito más que suficiente para ganarse este sobrenombre: Puerta del Paraíso. (www.serculoinquieto.com)